-
Mamá, mamá, creo que llegas tarde- dijo
Carmen con tono dulce y una sonrisa enorme en su cara.
Abrí los ojos y miré el
reloj. Las 09:30. ¡Otra vez llegaba tarde! Llamé deprisa y corriendo a mi madre
que en 10 minutos se presentó en la puerta de mi casa. -¡Vas a reventar! – Me dijo-
¿Para este tipo de vida invertí tanto dinero contigo?
Razón no le faltaba a
mi madre. Había pasado más de 5 años en la facultad, y otros tantos, de
Herodes a Pilatos, acudiendo a clases de inglés, a preparadores de
oposiciones…para acabar en “AdicTíctos”, un negocio que monté con una compañera
de Universidad. “Y pensar que todo comenzó con una asignatura sobre la TIC”,
comentábamos entre risas cuando pasábamos horas y horas en cursos de
innovación, en ponencias sobre las últimas tecnologías y en charlas sobre como
educar con las nuevas tecnologías.
Carmen me dijo adiós
con la manita, con una sonrisa que no le cabía en la cara. Ella no sabía lo
perjudicial que podía ser para mí llegar tarde a mi negocio, ella solo pensaba
en que se quedaba un día más sin “guarde” y lo más importante, con la abuela.
Mi madre llevaba una mochila que le cubría la espalda. Aunque era una mujer
inteligente y que como yo, había
aprendido a manejarse con todos los “aparatitos” que nos envolvían, con mucho
esfuerzo, aprovechaba sus ratos de niñera para mostrarle a su nieta apuntes
míos del colegio, libros para leerle cuentos y todo aquello con lo que me formé
cuando tenía la edad de la niña.
Al llegar a la tienda
tenía a Juan, cliente habitual, esperándome:
-
¡Vaya horitas!- me reprochó- ¿Se te han
vuelto a pegar las sábanas? Dime al menos, que ha llegado…
-
Sí, Juan, le dije- saqué mi mejor
sonrisa, mientras corría al almacén para mostrarle el último “juguetito” de Apple.
-
¡Se acabó levantarme del sofá para poner
una lavadora!- afirmó- y saliendo por la puerta, vi como hacía un click, y
recibí el mensaje de que la transferencia había sido realizada.
No me dio tiempo ni a
reflexionar en lo que el aparato este era capaz de hacer, porque llegó José, mi
repartir y me pidió que le firmase unos papeles. Tenía que llevar una cantidad
enorme de tabletas, pizarras…para un colegio que estaba cerca de mi casa. – El
colegio de Carmen- pensé y firmé sin apenas mirar.
Por la tarde, mi socia y yo, acudimos a un curso sobre
todas las herramientas que se estaban utilizando en el aula y las que
llegarían, me entró nostalgia de pensar en aquellos años en que el papel era lo
único con lo que contábamos para escribir…
Bea y yo recordamos nuestro último año en la
Universidad y lo felices que seríamos si en vez de vender todos aquellos
aparatos, pudiésmos utilizarlos con nuestros alumnos.
Para colmo, al llegar a casa, mi madre, me había
dejado una cajita con un montón de cartas con las que me comunicaba con Javier,
mi marido los primeros años de nuestra relación y me puse a pensar. ¿Cómo se las
arreglaría Carmen y su generación? ¿Haría falta verse o las relaciones serían a
través de pantallas?
Cuando iba a acostarme, un sentimiento de melancolía
me atravesó el corazón. Mi teléfono sonó y mientras le daba a aceptar, la
imagen de Javier ya estaba perfectamente instaurada en nuestro dormitorio:
-
Acabamos de firmar el contrato con los
alemanes, y necesitarán clases de español para poder comunicarse. ¿Te interesa?
Nunca volví a dormir como esa noche.
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