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jueves, 28 de mayo de 2015

Una clase de ESU (Educación Secundaria Universal) en el 2030

En una clase no muy lejana, quizás cercana, quizás presente… si miramos el tiempo como un fenómeno superpuesto y no lineal. En lo que se llama una realidad alternativa, allí estoy.
Comparto el aula con un grupo de adolescentes que no son muy diferentes a lo que fui (o a lo que soy, en algún lugar). Y me preguntan cosas que puedo responder gracias a mi experiencia, porque recuerdo que lo que fue en el máster aquel…, en fin.
_ ¡Profe! Su consciencia no está aquí_ dice una de las alumnas y de lejos se oyen murmullos y risas_  Profe, el detector de ondas cuánticas marca que no está presente.
_Pues ausente, le ponemos falta_ dice otro alumno y ya se oye una carcajada grupal _Y sí, es lo justo. Ella pone faltas y faltas gracias al detector.
Los miro y tienen razón, así que no me queda otra alternativa que explicarme:
_Chicos, estaba ultimando los detalles sobre la excursión en la máquina del tiempo… _ digo esto para calmar los ánimos, pero igual me interrumpen.
_No, otra vez no. Eso ya está muy visto_ dicen algunos.
No me sorprendo, ellos son los que dicen siempre lo mismo. Así que les respondo que esa es una actividad para el trabajo de don Quijote que ya he explicado tres veces. Si viajamos hasta el 1600 no es para materializarnos ni nada por el estilo, solo es viajar a otra dimensión para hacer capturas de realidad de algún paisaje o personaje o cualquier cosa que ayude a hacer el holograma de don Quijote. Pues para eso tienen que completar la quantum webquest. Parece sencillo, pero…
_ ¿Profe, entonces tenemos que hacer una captura del Quijote para hacer el holograma?
_No. No vamos a ver al Quijote, con suerte veremos a Cervantes_ respondo con la paciencia que me queda, que aún no se ha ido a ningún agujero negro_ Queridos alumnos, al Quijote solo lo vamos a encontrar en la novela. Sí, leyendo. Es que en estos tiempos resulta increíble que leer aún sea la forma más fácil y más ecológica de transportarnos a una realidad alternativa, sin perder átomos por el camino. 

martes, 26 de mayo de 2015

Y pensar que todo comenzó con una asignatura del máster...

-          Mamá, mamá, creo que llegas tarde- dijo Carmen con tono dulce y una sonrisa enorme en su cara.
Abrí los ojos y miré el reloj. Las 09:30. ¡Otra vez llegaba tarde! Llamé deprisa y corriendo a mi madre que en 10 minutos se presentó en la puerta de mi casa. -¡Vas a reventar! – Me dijo- ¿Para este tipo de vida invertí tanto dinero contigo?
Razón no le faltaba a mi madre. Había pasado más de 5 años en la facultad, y otros tantos,  de Herodes a Pilatos, acudiendo a clases de inglés, a preparadores de oposiciones…para acabar en “AdicTíctos”, un negocio que monté con una compañera de Universidad. “Y pensar que todo comenzó con una asignatura sobre la TIC”, comentábamos entre risas cuando pasábamos horas y horas en cursos de innovación, en ponencias sobre las últimas tecnologías y en charlas sobre como educar con las nuevas tecnologías.
Carmen me dijo adiós con la manita, con una sonrisa que no le cabía en la cara. Ella no sabía lo perjudicial que podía ser para mí llegar tarde a mi negocio, ella solo pensaba en que se quedaba un día más sin “guarde” y lo más importante, con la abuela. Mi madre llevaba una mochila que le cubría la espalda. Aunque era una mujer inteligente y  que como yo, había aprendido a manejarse con todos los “aparatitos” que nos envolvían, con mucho esfuerzo, aprovechaba sus ratos de niñera para mostrarle a su nieta apuntes míos del colegio, libros para leerle cuentos y todo aquello con lo que me formé cuando tenía la edad de la niña.
Al llegar a la tienda tenía a Juan, cliente habitual, esperándome:
-          ¡Vaya horitas!- me reprochó- ¿Se te han vuelto a pegar las sábanas? Dime al menos, que ha llegado…
-          Sí, Juan, le dije- saqué mi mejor sonrisa, mientras corría al almacén para mostrarle el último “juguetito” de Apple.
-          ¡Se acabó levantarme del sofá para poner una lavadora!- afirmó- y saliendo por la puerta, vi como hacía un click, y recibí el mensaje de que la transferencia había sido realizada.
No me dio tiempo ni a reflexionar en lo que el aparato este era capaz de hacer, porque llegó José, mi repartir y me pidió que le firmase unos papeles. Tenía que llevar una cantidad enorme de tabletas, pizarras…para un colegio que estaba cerca de mi casa. – El colegio de Carmen- pensé y firmé sin apenas mirar.
Por la tarde, mi socia y yo, acudimos a un curso sobre todas las herramientas que se estaban utilizando en el aula y las que llegarían, me entró nostalgia de pensar en aquellos años en que el papel era lo único con lo que contábamos para escribir…
Bea y yo recordamos nuestro último año en la Universidad y lo felices que seríamos si en vez de vender todos aquellos aparatos, pudiésmos utilizarlos con nuestros alumnos.
Para colmo, al llegar a casa, mi madre, me había dejado una cajita con un montón de cartas con las que me comunicaba con Javier, mi marido los primeros años de nuestra relación y me puse a pensar. ¿Cómo se las arreglaría Carmen y su generación? ¿Haría falta verse o las relaciones serían a través de pantallas?
Cuando iba a acostarme, un sentimiento de melancolía me atravesó el corazón. Mi teléfono sonó y mientras le daba a aceptar, la imagen de Javier ya estaba perfectamente instaurada en nuestro dormitorio:
-          Acabamos de firmar el contrato con los alemanes, y necesitarán clases de español para poder comunicarse. ¿Te interesa?
Nunca volví a dormir como esa noche.



jueves, 21 de mayo de 2015

Una semana para descubrir la literatura… como se hacía antes

06:45 H
Apenas amanece por el horizonte y ya sabe que hoy será un buen día. Lleva un mes entero preparando las clases que va a dar esta semana, utilizando el poco tiempo libre que tiene para adaptar la actividad a todos los grupos que tiene porque, tal y como aprendió hace tantos años, cada grupo es diferente.
En la primera hora tiene a un grupo de adolescentes de entre 13 y 16 años, cuya trayectoria académica les dirige a oficios mecánicos y manuales, por lo que sabe que será un grupo difícil. No obstante, sabe que por lo menos a tres de ellos les apasionará el tema y que, confía, contagiarán parte del entusiasmo al resto. No todos leen, pero la respetan y disfrutan al verla apasionada con su trabajo.
A segunda hora llega el hueso del día, la verdadera prueba. Es un grupo de chicos y chicas de 15 años, cuyo destino aún no aparece claro. Se diría que no tienen destino, que siguen ahí porque es obligatorio que lo estén, pero sin ninguna seguridad de que vaya a servirles para algo. Averiguar que toda la semana estará dedicada al mismo tema, ¡y además este tema que ni siquiera servirá para subir nota!, será toda una prueba.
Después quedan las tres clases en las que sabe que disfrutará del trabajo hecho durante tanto tiempo. Son tres grupos muy heterogéneos, de chicos y chicas de distintas edades, cuyas vidas están encaminadas a los grandes trabajos de nuestra sociedad. Son jóvenes que se interesan por lo que aprenden, que preguntan, y para los que esta semana pasará a formar parte de su bagaje personal.
Sólo tiene que enfrentarse a las dos primeras horas, y disfrutar del resto del día.
Se mira al espejo y sonríe eufórica: hoy su bolso pesa más que de costumbre, y ha tenido que cambiar las bolsas de papel por una maleta de ruedas para poder transportar la valiosa carga hasta el Centro Educativo. Acaban de terminar las vacaciones de primavera y es el mejor momento para hacer un parón: ha conseguido que todos sus cursos vayan adelantados respecto al resto, sabe que le da tiempo a terminar el currículo y que, aunque tendrá que pasar la última semana del curso corrigiendo a quemarropa, habrá valido la pena. Una semana para descubrir la literatura… como se hacía antes.


20:15 H
Y, sin embargo, qué diferente ha sido todo. Nada ha salido como lo había planeado pero, al fin y al cabo, eso es ser profesora: hace años era así, en el 2030 es así, y cuando pasen los años, seguirá siendo así.
Era de esperar que la primera clase no disfrutara especialmente de ver libros de verdad, no electrónicos. El olor de la páginas, su tacto, el efecto y el sonido al pasar las páginas que intentan imitar (aún sin conseguirlo) los libros electrónicos, no despierta grandes emociones en ellos. Al fin y al cabo, son jóvenes que tienen más o menos claro su futuro, y está mucho más ligado a la tecnología que al pasado.
Pero, ¿y la segunda clase? A las otras tres les pareció interesante trabajar con libros de verdad, entender por qué se llama libros electrónicos a los aparatos que ellos utilizan para leer, descubrir a qué objeto pretenden imitar. Pero, señor, ¡qué maravilloso ha sido ver la cara de ese curso de jóvenes cuyo destino aún es incierto! Cogían los libros entre sus manos, los miraban por todas partes, los abrían y cerraban, incluso los olían sin que ella hubiera tenido que sugerirles que lo hicieran. Después habían estado hablando toda la hora sobre las ventajas de los viejos libros frente a los electrónicos, después sobre los inconvenientes y, después, de sus opiniones e impresiones.

De los 29 alumnos que tiene en esa clase, al menos 20 le habían pedido quedarse uno para leerlo. ¡Leer! ¡Ellos! Era fantástico. Sin querer, preparando una actividad enfocada para otras clases, para otras personas, había descubierto un gancho perfecto para atraer a la lectura a un grupo de jóvenes que, por motivos que aún se desconocían, no parecían sentirse cómodos en la realidad que les había tocado vivir. Tal vez el problema está en que no todos consiguen mantener la atención del mismo modo en los libros electrónicos… Tal vez no había sido tan buena idea desechar completamente los viejos libros impresos del ámbito académico aunque casi hubiesen desaparecido del día a día. Tal vez la literatura siguiera viva para aquellos jóvenes, pero escondida en las viejas páginas de los libros, como una vez lo estuvo en los pergaminos.

martes, 19 de mayo de 2015

ParanoiTICa. Un relato contado desde el año 2030

    «ParanoiTICa»
Un relato contado desde el año 2030

            Llegó. Por fin llegó. Era algo que había estado esperando durante muchos años. Algo en lo que había soñado, incluso despierta. Algo con lo que a veces no me veía capaz de conseguir. Algo añorado por muchos aspirantes. Algo alcanzable con mucho esfuerzo; pero, al fin y al cabo, algo ya conseguido. En efecto, la plaza que ofertaban en las oposiciones fue para mí[1].

            Estamos en el año 2030 y es mi primer día de clase como docente. Estoy muy nerviosa. ¿Qué me encontraré? No lo sé. ¿A qué me tendré que enfrentar? No tengo la menor idea. ¿Lo haré bien? Mi intuición me dice que sí; pero, muchas veces, mi mente me juega malas pasadas con los nervios. Venga. Que yo puedo. Abro la puerta. Entro a clase y…
            Todo ha cambiado. Nada es como recordaba antes de mi «clausura» como estudiante de oposiciones (el Gobierno ha tardado demasiados años en convocarlas). Miro a mi alrededor. Me sorprendo. Vuelvo a mirar; no puedo creer lo que están viendo mis ojos. Sí, estoy observando que todos mis futuros alumnos llevan unas gafas que no parecen correctoras de la hipermetropía; lo sé, llevo ese tipo de lentes desde que tenía cinco años. Tampoco son para menguar el efecto de la miopía. No.
            Me atrevo a preguntar por qué [diantres] llevan esos artilugios, que parecen incómodos, en la cara. Un alumno me responde que es lo nuevo de Google glasses. Me sorprendo. Me quedo boquiabierta. Entonces, es cuando vuelvo en mí. –Y, ¿para qué sirven?- pregunto.
–Para aprender de manera inmediata lo que dicen los libros.- me dicen todos a coro. –Todo lo que tienes que hacer –prosiguen con su disertación- es conectarlo a cualquier libro de cualquier materia que te quieras aprender, y listo.

            Pero, entonces, ¿qué hago aquí?, me pregunto. ¿En qué consistirá mi labor como docente, que, además, me ha costado tanto conseguir? Yo me quedé en la época en la que nos llamaban nativos digitales. En la época en la que el Twitter y el Facebook eran nuestro día a día. En la época en la que nuestros mayores no paraban de preguntarnos cómo funcionaba esto y lo otro. Esa época en la que éramos nosotros los que más sabíamos sobre nuevas tecnologías y redes sociales.
              Sin embargo, todo ha cambiado, nada es como antes. Parece que la tecnología nos ha ganado la partida. Es como si hubiésemos perdido la humanidad. Sin embargo, mis alumnos me dan un voto de confianza como profesora. Afirman que el conocimiento humano es más importante que lo que unas máquinas nos puedan ofrecer. He tenido suerte con el grupo que me ha tocado.
            Y es entonces cuando escucho esta explicación: –Esto lo inventó el Ministerio de Educación en aquella época de crisis que vivió mucha gente de tu generación, profesora. ¿No ves que no convocaban oposiciones y tenían que idear una manera de «quitarse a gente de encima»? –me dice un alumno.
-Cierto.- respondo- Pero nunca había sabido de la existencia de semejantes artilugios.
-No te preocupes, profesora; nosotros confiamos más en lo que tú nos puedas enseñar.-, prosiguen con sus teorías. Por un momento creo que me están intentando «hacer la pelota». Mas me cercioro de que no, de que esto que está pasando es cierto. El Gobierno sustituyó, por la falta de profesores, y las pocas plazas que ofertaban desde el Ministerio de Educación, la tarea docente que hubiera debido ser realizada por profesores cualificados. «Está bien», pienso. «Me tendré que acostumbrar», sigo pensando.
            De repente, noto un escalofrío en el cuerpo. Es una brisa que me recorre la cara; despierto. Tengo la ventana abierta. Me doy cuenta de que ha sido un sueño, que todo sigue como antes; que la manera de estudiar y de adquirir conocimientos sigue igual que antes.
            Me levanto. Me aseo y voy rumbo a mi primer día de clase como docente. He aprobado las oposiciones y es el año 2030…



[1] Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia.