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lunes, 1 de junio de 2015

Práctica obligatoria: la educación en el 2030


    Imagino la educación en el 2030 con profesores proyectados sobre una gran pared-pantalla a modo de cine. Y en cada lado de la proyección, dos elegantes secretarios o secretarias de aula (oficio nuevo) , que se encargarán de poner orden en clase con su presencia física. Es decir, imponer autoridad para que los alumnos no se revolucionen y otras labores concretadas anteriormente con el profesor que desde la simple proyección no se podrían llevar a cabo. La figura del docente pasará a ser la de un serio trabajador de oficina, que prepara sus lecciones el día antes de la clase y habla con los supuestos secretarios acerca de las actividades y quehaceres en los que deben tomar acción.
   Todos los alumnos deberán asistir con ordenador portátil a clase (que para entonces ya no necesitarán enchufes). De este modo, el profesor tendrá la comodidad de ir enviando por correo a cada alumno, desde su despacho, los enlaces, actividades y cualquier texto de utilidad para la sesión. Esto no significa que el papel vaya a dejar de existir, habrán tareas que sigan necesitando material físico, pero serán pocas. Pues imagino también una aplicación capaz de hacer que el profesor controle desde su guarida todo lo que el alumno está escribiendo en su cuaderno virtual de clase o en los exámenes on-line. La mayoría del trabajo a realizar será siempre a través de las tecnologías.
    Y, respecto a la figura del director, la visualizo como la de un dios del instituto. Tendrá una especie de trono-despacho en una parte del edificio construida con cierto aislamiento en cuanto al resto de aulas. Las aulas tendrán cámaras y el director podrá ver todo lo que sucede en cada una de ellas, teniendo el poder de usar un sistema de micrófono (el suyo) y altavoces (uno en cada clase) para dirigirse a la clase concreta que sea necesario en un momento dado.
    En fin, la idea que me hago es la de un instituto acomodado en las TICS, y en dicha comodidad, el aprovechamiento de un sistema con mayor autoridad para educar.  

martes, 19 de mayo de 2015

ParanoiTICa. Un relato contado desde el año 2030

    «ParanoiTICa»
Un relato contado desde el año 2030

            Llegó. Por fin llegó. Era algo que había estado esperando durante muchos años. Algo en lo que había soñado, incluso despierta. Algo con lo que a veces no me veía capaz de conseguir. Algo añorado por muchos aspirantes. Algo alcanzable con mucho esfuerzo; pero, al fin y al cabo, algo ya conseguido. En efecto, la plaza que ofertaban en las oposiciones fue para mí[1].

            Estamos en el año 2030 y es mi primer día de clase como docente. Estoy muy nerviosa. ¿Qué me encontraré? No lo sé. ¿A qué me tendré que enfrentar? No tengo la menor idea. ¿Lo haré bien? Mi intuición me dice que sí; pero, muchas veces, mi mente me juega malas pasadas con los nervios. Venga. Que yo puedo. Abro la puerta. Entro a clase y…
            Todo ha cambiado. Nada es como recordaba antes de mi «clausura» como estudiante de oposiciones (el Gobierno ha tardado demasiados años en convocarlas). Miro a mi alrededor. Me sorprendo. Vuelvo a mirar; no puedo creer lo que están viendo mis ojos. Sí, estoy observando que todos mis futuros alumnos llevan unas gafas que no parecen correctoras de la hipermetropía; lo sé, llevo ese tipo de lentes desde que tenía cinco años. Tampoco son para menguar el efecto de la miopía. No.
            Me atrevo a preguntar por qué [diantres] llevan esos artilugios, que parecen incómodos, en la cara. Un alumno me responde que es lo nuevo de Google glasses. Me sorprendo. Me quedo boquiabierta. Entonces, es cuando vuelvo en mí. –Y, ¿para qué sirven?- pregunto.
–Para aprender de manera inmediata lo que dicen los libros.- me dicen todos a coro. –Todo lo que tienes que hacer –prosiguen con su disertación- es conectarlo a cualquier libro de cualquier materia que te quieras aprender, y listo.

            Pero, entonces, ¿qué hago aquí?, me pregunto. ¿En qué consistirá mi labor como docente, que, además, me ha costado tanto conseguir? Yo me quedé en la época en la que nos llamaban nativos digitales. En la época en la que el Twitter y el Facebook eran nuestro día a día. En la época en la que nuestros mayores no paraban de preguntarnos cómo funcionaba esto y lo otro. Esa época en la que éramos nosotros los que más sabíamos sobre nuevas tecnologías y redes sociales.
              Sin embargo, todo ha cambiado, nada es como antes. Parece que la tecnología nos ha ganado la partida. Es como si hubiésemos perdido la humanidad. Sin embargo, mis alumnos me dan un voto de confianza como profesora. Afirman que el conocimiento humano es más importante que lo que unas máquinas nos puedan ofrecer. He tenido suerte con el grupo que me ha tocado.
            Y es entonces cuando escucho esta explicación: –Esto lo inventó el Ministerio de Educación en aquella época de crisis que vivió mucha gente de tu generación, profesora. ¿No ves que no convocaban oposiciones y tenían que idear una manera de «quitarse a gente de encima»? –me dice un alumno.
-Cierto.- respondo- Pero nunca había sabido de la existencia de semejantes artilugios.
-No te preocupes, profesora; nosotros confiamos más en lo que tú nos puedas enseñar.-, prosiguen con sus teorías. Por un momento creo que me están intentando «hacer la pelota». Mas me cercioro de que no, de que esto que está pasando es cierto. El Gobierno sustituyó, por la falta de profesores, y las pocas plazas que ofertaban desde el Ministerio de Educación, la tarea docente que hubiera debido ser realizada por profesores cualificados. «Está bien», pienso. «Me tendré que acostumbrar», sigo pensando.
            De repente, noto un escalofrío en el cuerpo. Es una brisa que me recorre la cara; despierto. Tengo la ventana abierta. Me doy cuenta de que ha sido un sueño, que todo sigue como antes; que la manera de estudiar y de adquirir conocimientos sigue igual que antes.
            Me levanto. Me aseo y voy rumbo a mi primer día de clase como docente. He aprobado las oposiciones y es el año 2030…



[1] Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia.