En primer lugar, quiero, con esta nueva entrada del blog, romper una lanza en favor del nombre del mismo. No es un juego de palabras absurdo ni una cáscara hueca donde nos incluyamos un nutrido grupo de personas con la única intención de que, mediante una denominación graciosa, aprobemos una asignatura.
Es más que
eso, y todos en cierta medida somos conscientes de ello. La integración del
acrónimo TIC en la apócope que designa nuestro futuro laboral (o eso esperamos)
es un proceso ineludible con el que más pronto que tarde vamos a toparnos, una
realidad que conjugará dos soportes, el físico y el virtual, e invadirá la
totalidad de los órdenes de la vida tal y como la conocemos. No digo que esto
sea ni bueno ni malo, sino que a la fuerza nos tendremos que acostumbrar a que
los niños (del mundo occidental) ya no nazcan con un pan bajo el brazo, sino
con un Ipad.
Tampoco quiero
dibujar un futuro apocalíptico, como sugieren las nuevas corrientes de la
ciencia ficción (véase la serie televisiva Black
Mirror o la película Her), puesto
que la evolución en el campo tecnológico es incierta a la vez que
desconcertante: la realidad siempre acaba superando a la ficción.
A lo que voy.
Como futuros profesionales de la enseñanza, seamos de la especialidad que
seamos, nuestra obligación principal va a consistir en ponerle puertas al
campo. Si a internet, como parece ser cierto, no se le puede acotar, no se le
pueden poner fronteras físicas por su naturaleza digital, vamos a tener que
establecer nosotros unos límites morales o éticos que permitan conciliar la
libertad virtual sin menoscabar la identidad de la persona como ente físico. Y
para ello hace falta educar con y desde la humanidad.
Ha quedado ya
obsoleta una asignatura optativa de la ESO llamada Informática. Hace falta que el sistema educativo caiga en la cuenta
de que los jóvenes de hoy se construyen a sí mismos a través de la red y de las
TIC antes de llegar a configurarse como individuos de plena conciencia en el
plano físico o real. Hace falta, en este sentido, realizar un relevo ético a la
próxima generación, una transición
(término que nos encanta a los españoles), y no propiciar una ruptura
generacional en que nos despreciemos recíprocamente.
Debemos ser
los guías o los gurús para asegurar un uso responsable, ético, seguro y
democrático de las TIC por parte de nuestros alumnos en un futuro. Debemos
procurar un camino de convivencia para la naciente raza plenamente tecnológica
que estamos creando. Pero, por encima de todo, debemos hacer las cosas bien
nosotros (profeTICs: profesores de las nuevas tecnologías y amantes de las
profecías) para no tener que echarnos las manos a la cabeza por el hecho de no
haber sabido encauzar algo que se nos empieza a ir de las manos: el futuro de
nuestra propia especie.
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